La sangre, que es llamada también tejido sanguíneo, es un tipo de tejido conjuntivo especializado. Aunque en sentido estricto no contribuye a unir físicamente un tejido con otro, si los relaciona a plenitud pues transporta una serie de sustancias de un conjunto de células a otro. La sangre se encuentra en el interior de los vasos sanguíneos y del corazón, y circula por todo el organismo impulsada por las contracciones del corazón y movimiento corporales, llegando hasta los lugares más distantes, y conectando de este modo diversas zonas del organismo, realizando el intercambio de diversos tipos de sustancias tales como gases (oxígeno), moléculas proteicas, hormonas, alimentos, fármacos, entre otras, que constantemente se encuentran circulando.
El volumen total de la sangre de un adulto normal es alrededor de 6 litros, lo cual equivale del 7 a 8% del peso corporal total (Ross et al., 2008).
Al tejido sanguíneo se considera dentro del tejido conjuntivo dado a que tiene origen embriológico mesenquimático. Está compuesto de células, fragmentos celulares y una matriz extracelular líquida denominada plasma sanguíneo. La sangre también contiene fragmentos celulares denominados plaquetas. Las células sanguíneas se clasifican en dos tipos: eritrocitos o glóbulos rojos y leucocitos o glóbulos blancos (Megías et al., 2016).
El plasma sanguíneo es el componente mayoritario de la sangre; básicamente es una solución acuosa, de color amarillento, en la que habitualmente se encuentran gases disueltos, electrolitos, iones y sustancias más complejas, como lípidos, hormonas, vitaminas, cofactores, proteínas plasmáticas, etc... Los solutos del plasma contribuyen a mantener la homeostasis, un estado de equilibrio que proporciona una osmolaridad y un pH óptimos para el metabolismo celular (Ross et al., 2008; Cediel et al., 2009).
Los eritrocitos son los responsables de la coloración roja de la sangre, dado a que son las células más abundantes, y cuentan con un gran contenido de hemoglobina. Estas células, al microscopio, se observan como discos bicóncavos, y en los vertebrados mamíferos carecen de núcleo. En cambio, en otros animales vertebrados como peces, anfibios, reptiles y aves son células nucleadas. Representan aproximadamente el 44% de la sangre (Ross et al., 2008; Montalvo, 2010).
Los glóbulos blancos o leucocitos son ejecutoras de la respuesta inmunitaria interviniendo así en la defensa del organismo contra sustancias extrañas o agentes infecciosos. En general son células nucleadas que se encuentran mucho menor cantidad que los eritrocitos, pero son más grandes que estos. El tiempo de vida varía desde algunas horas, meses hasta años. Por lo tanto algunas células son muy difíciles de ver dado a su corto tiempo de vida (Fandiño y López, 2017). Los leucocitos se dividen en granulares que abarca a neutrófilos, basófilos y eosinófilos, y agranulares que comprende linfocitos y monocitos (Megías et al., 2016).